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jueves, 11 de agosto de 2011

Me he prometido a mi misma que nunca dejaría de expresar lo que siento. De luchar por lo que creo. ¿Sabeis? Desde pequeña he expresado las cosas como las sentía, no sé por qué extraña razón una vocecilla en mi cabeza me obliga a no callarme. Siempre he pensado que los ideales de una persona, de cualquier ser humano, son respetables, aunque no coincidan con los mios. Ahora sí, creo que todas las personas tenemos derecho a expresión, y, aunque nuestra libertad termina donde empieza la del ser más próximo, podemos defender al límite nuestros ideales. Para mi, mis ideales son la cosa más sagrada. No sé por qué, pero yo sola me inculqué eso. No son los que me han trasmitido mis padres, ni abuelos. Tampoco amigos o profesores. Son los que, después de informarme de cosas, de buscar información, de completar, de observar en unos años, he llegado a la conclusión de que así está bien, de que eso me gusta, y eso no. De lo que, a mi manera de ver, es justo. Y me he dado cuenta de que a veces, he tirado la toalla, puesto a que me cansaba de hablar y discutir, de exponer pensamientos y ideas, y nadie me ollera. Pero estoy arrepentida, así que, con todo el orgullo del mundo, digo que, vuelvo a la carga, y no me volveré a callar, porque son mis ideales. Con todo, también me he dado cuenta de que a veces, no escucho a la gente, y debería hacerlo, debería oír las cosas que dicen, me gusten o no. Porque, repito:
Nuestra libertad termina donde empieza la del ser más próximo.

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